miércoles, 18 de abril de 2012

La Menestra Asesina.

Esta semana estoy haciendo por las tardes un curso de introducción a la medicina intensiva. Eso implica que tengo que quedarme a comer en la facultad, y por tanto, me llevo la comida de mi casa.

Si vierais la cafetería de mi facultad ni siquiera preguntaríais por qué. Tal vez baste con decir que un profesor la llama “la salmonella alegre” pero por si queréis más datos, antes era un lugar un tanto tétrico, muy grande, que parecía doblemente grande porque nunca había allí más de diez personas a la vez (en su mayoría, incautos de primero). Como la cocina no estaba cerrada, podías ver al que se encargaba de atenderla coger los filetes de merluza empanada del congelador entre sus gordezuelas manazas –que quizá se había lavado, y quizá no- y recorrer el camino hacia la freidora con paso trabajoso, precedido por su prominente barriga. Ah, la freidora. En ese aceite estaban recogidos los sabores de todas las comidas que se han preparado desde que se inauguró el plan de estudios de licenciatura, en 1991, y quizá antes, desde la fundación de la misma facultad. Ese aceite jamás fue cambiado, estoy segura; el gordo echaba allí a puñados la comida (comida de todas clases: patatas, pescado, carne, toda junta) que pasaba del estado congelado al estado fritanga sin transición ninguna. Una cosa sí que sé: no lo cambiarían, pero se encargaban de echarle sal regularmente. En alguna salina perdida de la mano de Thor quizá haya una piedra de sal pura ligeramente más salada que las patatas fritas de esta facultad, pero la diferencia sería mínima. Ahora lo han reformado y ya no se ve tanto, pero no sé si el manejo sigue siendo el mismo, porque no he vuelto a comer allí. Me he despedido de la aceitera y la vinagrera llenas de mosquitos ahogados (o se ahogaban mucho o hicieron caso omiso de la gente que se quejó de que los aliños tenían bichos flotando y no los cambiaron nunca), de un menú que equivale a doce cucharadas soperas de aceite por siete euros y pico, del cubo del que echaban la salsa rosa, que se parecía al que tenía yo para jugar en la arena de pequeña, de los famosos macarrones con hierbas extrañas…y de cosas como cuando a un amigo (que no es JS ni Bolista, eh, que me llevo con más gente en la facultad) le tocó un filete de ternera que tenía una etiqueta. No es coña. Era como esas tiras de plástico que unen la etiqueta de cartón con la prenda, que son un hilo con los extremos rectangulares; pero sobresaliendo de entre las fibras del filete. O como cuando fuimos a comer un día, vimos que los flanes caducaban al día siguiente, y al volver ese día siguiente nos encontramos los mismos flanes –porque era obvio que eran los mismos-pero puestos en platos con una rodaja de piña para disimular su caducidad. Que si el flan estaba caducado, no quiero saber de dónde salió la piña. O la vez que la chica aquella abrió un yogurt y tenía una montañita de moho verde dentro. O la obsesión que tenía el gordo con que nos traíamos cucharas de casa para darle el cambiazo y quedarnos con las suyas (WTF?).


El patatal donde se cultivan las patatas para la cafetería de la facultad.



En fin, que mis comidas son menos divertidas pero tengo las arterias más sanas. Me llevo mi fiambrera súperguay y como en un cuartito que nos han habilitado, con seis mesas y dos microondas (al principio había cuatro mesas y un microondas; somos 600 alumnos, pero por suerte no comemos todos a la vez). Sin embargo, eso supone cargar con una fiambrera que no me cabe en la mochila durante tooodo el rato y claro, yo vivía sabiendo que en algún momento me la olvidaría en alguna parte.

Hoy, quedé con JS el Incendiario y con Bolista en el vestíbulo de la residencia donde teníamos el curso unos diez minutos antes para tomar el café de rigor. Nos lo tomamos, fue llegando más gente, que si hablando y tal...me dejé la fiambrera junto al banco donde estábamos sentados.

Y me acordé cuando llevábamos una hora de curso. Empecé a buscar la fiambrera alrededor de mi silla. Dos veces, tres. No estaba. No podía ser. Llevaba desde las ocho de la mañana con ella en la mano, era ya como una prolongación de mi cuerpo. Y de repente no estaba.

Interrumpí a la residente que estaba explicándonos cómo intubar a un muñeco, roja como un tomate, y le pedí permiso para salir. Por cierto, qué majísima, que se podía haber puesto borde por interrumpirla para "ir a buscar una bolsa que me había dejado fuera" pero no.

Y en el vestíbulo, claro, no estaba la fiambrera. Había allí unos gitanos, que siempre van en tropa a los hospitales, y les miré discretamente, pero no parecían tenerla. Volví desolada y le comuniqué a JS que mi fiambrera con los restos de la menestra del mediodía no estaba. "Mi menestra la tienen unos gitanos" me lamenté.

Sin embargo, cuando terminamos de meter el tubo por el esófago (mal) y finalmente la tráquea (bien) del maniquí, pasé por información y vi en una esquinita mi fiambrera.

-Perdona.-Le dije a la señora de información, con una sonrisa de alivio radiante.-Veo que tenéis ahí una fiambrera que me he dejado...

-¡Ah, sí!-Contestó riéndose.- Verás, ha venido un chico que me ha dicho: "Señorita, llevo vigilando un rato esa bolsa que parece que tiene algún tipo de equipo informático, y no es de nadie y no la he querido tocar..."-Por el tono de la señora de información, el tipo claramente estaba por llamar a los GEOS.-Así que yo me he hecho cargo, la he abierto, y...-subiendo los brazos con las palmas hacia fuera en un gesto universal de imponer calma- he dicho: tranquilos, que tiene comida dentro, ya vendrá su dueño a buscarla.

Ni que decir tiene que JS y Bolista se partían la caja entre comentarios de: "¡Menestra bomba!" "¡Fiambrera asesina!"

En fin, otra más para la lista de cosas que sólo me pasan a mí: las señoras de información intentan desactivar mi menestra antes de que detone y nos mate a todos.

3 comentarios:

  1. Tiene sentido el estado de la cafetería, intentan crear allí nuevo virus y bacterias para que enferméis y el alumno más capaz encuentre la cura. Lo hacen para averiguar quién es el elegido.
    Me alegro de que tu fiambrera no llegase a explotar ;)

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    1. pues tiene sentido, en plan "solo puede quedar uno"! jeje

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  2. Me ha recordado el viejo bar de Biología de mi época estudiantil.

    Criaban allí también especies de bacterias aún no catalogadas...

    Respecto a lo de la fiambrera, es evidente que hay gente que ve demasiadas películas de Steven Seagal!

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