martes, 3 de abril de 2012

Rubios y Rones.

Cuando tengo frío se me ponen las uñas de las manos moradas. Probablemente las de los pies también, pero nunca me miro, así que no lo sé. No es por fardar, pero hace algún tiempo adelgacé 17 kilos y no los he vuelto a ganar, y aunque eso tenga sus ventajas, tiene también inconvenientes, como el haber adquirido una nula tolerancia al frío. Antes el frío me gustaba y lo que no soportaba era el calor, pero es que ahora he descubierto que siempre he vivido en la tundra y nunca me había dado cuenta.

Por eso, una de las cosas que más me gusta del Rubio es que siempre está calentito. Produce más calor del que consume, va contra las leyes de la física. Te abraza y es como abrazarte a una estufilla, y yo, que dejo las sábanas de franela puestas hasta mediados de Julio, no me agobio jamás. Además, eso hace que sus besos sean siempre cálidos, y aunque nunca me he caracterizado por ser una gran besadora (recordad: 17 kilos, hace relativamente poco, y os haréis una idea de mi flamante carrera amorística [1]) es algo que no había experimentado antes. Cuando nos conocimos, en un campo de trabajo en Palencia [2] se pasó todas las noches interponiéndose entre el viento y yo por medio de un abrazo, arriesgando sus riñones, el único punto del cuerpo que se le queda frío, para que yo no me enfriara.

Así me conquistó el Rubio: siendo muy detallista conmigo y emborrachándome. Porque él puede ser un rancio en lo que se refiere a hacer cosas nuevas, por ejemplo, pero antes yo era rancia cuando salía y eso es imperdonable. No bebía, aunque sí que tenía planeado empezar ese verano, con 20 añazos, cuando me pareció que tenía suficiente cabeza y que no lo hacía porque lo hacían todos los niñatos y niñatas. Y no me arrepiento de haber esperado tanto; tajarme me he llegado a tajar muchísimo, pero ya en mi adultez, sin tener que esconderme de nadie y sin hora de llegada que me obligara a disimular. Un sábado en el que te vas a casa antes de las cinco de la mañana no ha sido un buen sábado, y para esas horas me he metido el ron por saturación y ya la sangre no me admite más, así que puedo volver a casa con bastante dignidad.

No estoy diciendo tampoco que sea imprescindible beber para salir y pasárselo bien, de acuerdo, pero a mí me funciona. Para mí el alcohol ha sido terapéutico y no creo que por ello vaya a acabar cirrótica. ¿Timidez patólogica? Cubata para la señorita. Mágico, oye. Se me desata la lengua. La gente empieza a reírse sorprendida e incluso cuentan que les he caído bien, cuando normalmente espanto a todo dios con mi mueca de mala hostia natural. Y lo bueno es que coges confianza y surte efecto incluso sólo con la copa en la mano y sin haber dado un sorbo (yo lo llamo el efecto: "si digo alguna tontá creerán que es porque voy contentilla") y luego ya sin copa ni nada; el alcohol es el puente que hace que una situación social pase de tensa a relajada, y bendito sea por ello.

Tiene su lado oscuro, eso también lo he aprendido; el lado de los sms peligrosos a altas horas de la mañana, del flirteo que no me doy cuenta de que es flirteo porque soy de natural cariñoso cuando bebo (sobria no, sobria soy una borde), de bailar Carlos Baute y de ser una bocachancla indiscreta. A mí no hace falta torturarme, a mí con darme tres cubatas te cuento hasta lo que le hago al Rubio cuando nadie más nos mira (y a veces cuando miran, también). Y sin que me preguntes, que es lo peor.

Por eso, entre las muchas cosas que tengo que agradecerle al Rubio (y que iré deslizando de estrangis en sucesivos post para no hacer uno tan empalagoso que os provoque un coma hiperglucémico) es que me descubriera las noches de fiesta. Ahora, como está malillo no puede beber, y a lo mejor por eso yo ya no me tajo de forma tan legendaria, por solidaridad alcohólica. Pero Bolista (que ya ha salido en tres entradas el tío, qué ansia de protagonismo, oye) me trajo de Cuba una auténtica botella de ron cubano que nos vamos a triscar en Julio, cuando yo acabe exámenes y él esté definitivamente libre de quimioterapias.

Porque nos lo merecemos, coño.




[1] Sí, me invento palabras. Es mi idioma y me lo follo cuando quiero.

[2] Sí, suena a campo de concentración, en realidad es una especie de campamento pero para gente más mayor...en fin, que me lió una amiga para ir, por mí misma no habría ido a un sitio así ni loca. Pero oye, mereció la pena.

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