jueves, 3 de abril de 2014

Wanderlust.

Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes.

Instrucciones para dar Cuerda al Reloj, Julio Cortázar.



Dicen que cada vez que se te plantea una encrucijada en la vida, surge un universo paralelo donde uno de tus yo alternativos ha tomado la elección que tú has abandonado en éste. Según esta hipótesis, existe una Perra Verde veterinaria, otra que no sabe tocar el piano, la que nunca aprendió a conducir y otra que conduce de puta madre, y, según todo parece indicar, otra que en lugar de hematología escogió, no sé, cirugía general.


Lo dice Walter Bishop.

El caso es que la Perra Verde de este universo en concreto ha decidido hacer hematología. En Madrid. Toda mi vida académica me la pasé diciendo que me quedaría en Santander, y de repente, no sé, me ha dado la locura de irme a Madrid.

A Madrid. Con su metro, sus aceras abarrotadas, sus madrileños pensando que Cantabria es su casa rural particular y su terror de ciudad enorme. Para alguien que ha vivido toda su vida en un pueblo de 400 habitantes, Madrid tiene dientes. Muchos. Dispuestos en varias hileras.
Y está lejos. En otro universo. A 4-5 horas por carretera. Me voy a ir a vivir a 5 horas por carretera de todo lo que quiero y conozco, yo, que los cuarenta minutos a Santander desde mi pueblo se me hacían una distancia intolerable.

Mi familia se queda aquí, al menos el núcleo fuerte, el de aguantarme las neuras y darme confianza en mí misma, el de la pasta y la Nordic Mist de los domingos. Mi perro, Tyrion, se queda aquí. Los piescos en verano, la playa y la montaña, el río de la Pila y la Zona de Vinos y los amigos de casi una década con los que los he recorrido cada fin de semana, se quedan aquí. Mis libros de Stephen King y mi piano. Mi cuarto lleno de motivacionales para estudiar porque no estudiaré así nunca más. La Tartana. La persona que he sido.

Los cambios siempre joden, aunque sea para mejor. No nos gusta cambiar, nos cuesta. Va en los genes buscar estabilidad, aunque el alma te pida que corras, que viajes, que vueles. Hay gente a quien esa vocecilla tocapelotas que susurra: "¡No lo hagas! ¿Estás loco?" en alguna parte inconsciente de la mente funciona al mínimo. Esa es la gente afortunada, la que parece que recorre la Tierra sin miedo a nada, comiéndose el mundo. Otros tenemos que currárnoslo más, tenemos que buscar a esa cabrona que nos hace tenerle miedo a todo, amordazarla y saltar fuera de la zona de confort aunque se desgañite detrás de la mordaza. Siempre habrá dudas sobre si se hace lo correcto, pero desde hace un tiempo prefiero guiarme por la siguiente máxima: prefiero arrepentirme de haber hecho algo, a arrepentirme de no haberlo hecho. Nunca hay que quedarse con las ganas. Que sea la Perra Verde del universo alternativo la que se pregunte eternamente "qué hubiera pasado si...", no yo.

Además, hay que hacer las cosas que dan miedo. Digo los pequeños miedos prácticos, claro. No los miedos de tengo una fobia terrible a las alturas porque eso ya entra en el terreno de que te lo trate un profesional. Me refiero a los miedos que, como a Woody Allen en Sueños de un Seductor, te convierten en espectador de la vida en lugar de actor principal. Si los miras con un poco de perspectiva te das cuenta de que no son más que gilipolleces. Si tienes la oportunidad de moverte y te quieres mover, te mueves.

Estos días he estado en Madrid intentando decidir hacia qué hospital poner el punto de mira. No tengo ni idea. Probablemente elegiré mal. Da igual. El caso es que me he dado cuenta de la suerte que tengo de poder vivir en dos mundos radicalmente distintos. Un día estoy dejándome los pies y el bolsillo en moverme por Madrid para elegir un hospital en el cual trabajar; nótese: elegir, hospital, trabajar; todo eso ya una suerte suprema, por mucho trabajo que me haya costado llegar hasta aquí, no se me escapa que la suerte también se lleva su porcentaje, porque si por ejemplo hubiera nacido en Mali, podía estar planeando cómo saltar la valla de Melilla. Pero el caso es que no sólo disfruto del privilegio de un número MIR que más o menos me va a dejar elegir el hospital, en una ciudad enorme con su vida de ciudad; dos días después estoy en Cantabria, leyendo sentada en el porche de mi casa, rodeada de verde hasta donde alcanza la vista y envuelta en el silencio de los pueblos. El silencio de los pueblos no es silencio total, sino que si aguzas el oído puedes distinguir los campanos de vacas que están tan lejos que ni las ves-el tintineo reverbera en el valle y, al no haber ruido de ninguna clase, tiene libertad para expandirse-graznidos de pájaros, el grito de alguien arengando a las vacas o a los chones...y nada de eso resulta tan estridente como un claxon ni tan intrusivo como una conversación ajena cerca de tu oído en un metro abarrotado. Es la banda sonora de mi infancia y, sobre todo, de mis horas de lectura obsesiva cuando tengo vacaciones. Y por muy lejos que me vaya siempre podré volver aquí unos días, a leer en el porche o en las escaleras, interrumpida ocasionalmente por Tyrion que quiere que le tire la pelota o por mis padres que necesitan un cubo en la huerta. Tal vez sea muy fácil decir que hay que irse cuando tengo tan a mano la retirada. Sé que siempre podré volver; pero si no me fuera, en lugar de un refugio idílico al que volver este pueblo se convertiría en la cárcel donde me encerré yo sola.

Puedo decirme a mí misma todo esto, todos estos motivos racionales, pero el caso es que no me di cuenta de que podría vivir en Madrid hasta la semana pasada, cuando a punto de entrar en la Fnac alcé la cabeza y vi un trozo del cielo del atardecer sobre Callao. Y supe que podría vivir ahí sin problemas.

9 comentarios:

  1. Muy bonita entrada...
    Yo he sido un pájaro de los que abandona el nido rápido... y con 18 buscaba qué estudiar para tener que irme lejos de casa... jaja No porque no me guste mi ciudad de origen... necesitaba cambiar. Y cambié... una vez... y luego otra vez.. ( y cada vez un poco más lejos).
    Y el año que viene... cuando espero poder tener la misma triada de suerte: elegir, hospital, trabajar... probablemente decida volver a cambiar.

    Madrid no es mi ciudad preferida. No sé si me gustaría vivir en Madrid... Pero si en algún momento piensas así... vuelve a mirar al cielo. Porque el cielo de Madrid te volverá a convencer. Hay pocos cielos iguales.

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    1. Muchas gracias! Qué envidia ser tan decidida desde el principio, a mi me costó darme cuenta de que el mundo no se hubiera acabado por irme a estudiar fuera. Pero mejor tarde que nunca, supongo :P

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  2. Me ha encantado esta entrada tuya. Es la primera vez que te escribo aunque no la primera que te leo, y me parece que tomas una decisión muy valiente. Yo estoy ahora mismo en la misma situación que Irene Umpa Lumpa (a la cual también leo), despidiéndome del último año de facultad y enfrentándome a los primeros simulacros. Desde luego solo el tiempo dirá si tu decisión era buena o mala pero al menos has elegido analizando pros y contras sin olvidar el corazón.
    Me encanta eso que dices sobre tu pueblo, el rincón idílico versus la cárcel de madera. Creo que, en mayor o menor medida, todos los que nos planteamos salir del nido tenemos encima esa paranoia, aunque como tú dices, si me equivoco, me equivoco yo.
    Un saludo y que sigas deleitándonos con tus aullidos

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    1. Pues muchas gracias por animarte a comentar! Mis primeros simulacros me parece que fueron hace diez años...jajaja a las vacaciones se acostumbra una rápido. Un saludo y esperamos seguir viéndote por aquí!

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  3. Enhorabuena, estoy segura de que disfrutarás mucho de Madrid y de estos años de residencia, y espero que lo compartas con nosotros. Cantabria seguirá siendo tu refugio, un precioso refugio :)

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    1. Gracias! Yo también espero poder seguir actualizando en los ratos que me deje la residencia!

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  4. Hola! Hace poco que di con tu blog y me gusta mucho! Vaya momento especial que estas viviendo! Te va acambiar la vida. Yo estoy haciendo la residencia en madrid y aqui me forme, por lo que, si me lo permites, te diria que si tu deseo es hacer hematologia aqui, cualquiera de los hospitales sonbuenos pero te recomendaria la princesa, es puntero en esta especialidad!. A mi parecer es una especialidad dura, pero muy bonita y completa. Un ssludo y espero que no dejes el blog!

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    1. Pues es que no sé por qué me he enamorado del 12 de octubre (aunque lo mismo me daría el gregorio marañón, por ejemplo, estoy perdidísima), la princesa fue justo de los que no miré! entre que me dijeron que era "pequeño" (comparado con los otros, y que en hemato conviene uno grande por aquello de que suelen ser cosas raras) y que lo que sí hacían era publicar mucho...Ya no tengo tiempo de replantearme ese porque no puedo volver a verlo (elijo el martes que viene :S) y bastante dudosa estoy con los que sí he ido a ver...jejeje

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    2. En el marañon es donde estoy yo! Y estoy encantada aunque el servicio de hemato no lo conozco la verdad. Cualquiera estara bien! Y madrid es fabulosa, se que a los que no siis de aqui os abruma a veces pero acabaras amandola! Sea como sea te deseo toda la suerte del mundo....el martes esta cerquita.

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