lunes, 12 de noviembre de 2012

El año que fui famosa.

Yo empecé la carrera por la puerta grande, triunfal. La verdad es que no recuerdo si fue en primero o en segundo, porque desde entonces numerosos traumas me han acompañado en mi condena en esa facultad, pero con este episodio alcancé la fama. Luego, cuando pasó lo de X, el Desequilibrado, mi fama trascendió y fui conocida en toda la cornisa cantábrica como la compañera de prácticas del que se había intentado suicidar en Santander. Un amor todo.

El caso es que sé que fue hace unos años porque yo todavía tenía mi mp4, y enseguida sabréis porqué me acuerdo sin dudar de eso. Mi querido ipod no había llegado aun a mis manos y me apañaba con él. No sé qué estaba estudiando exactamente ni por qué estaba en la biblioteca -siempre que estudio en la biblioteca es para matar algún par de horas libre entre prácticas, porque yo como en casa en ningún sitio-pero sí recuerdo que tenía que ir al baño y, como estaba en una mesa individual, no podía dejarle mis cosas a nadie; pero era joven e inexperta y no conocía aún las cotas de mezquindad a las que puede llegar el ser humano, y dejé mis cosas junto a mi mesa, desprotegidas.

Cuando volví del baño, ya antes de ver claramente mi mesa distinguí el abrigo de alguien inclinado sobre mi silla. Mi primer pensamiento fue: "Qué imbécil, ¿No ve que estaba ocupado?" Pero cuando por fin puede verle tuve claro que no era estudiante.

Tendría unos cuarenta tacos o más. Desde luego tenía el pelo gris, y gafas, pero no le recuerdo bien porque mis ojos se clavaron en sus manos, que rebuscaban en mis cosas y las iban metiendo en sendos bolsillos. Sólo me salió un alucinado:

-Eh, ¿Pero qué haces?

Entonces me pasó lo más flipante de todo: en lugar de salir corriendo, o sacarme una navaja, o yo qué sé, el tío puso cara de alarma y empezó a sacarse las cosas de los bolsillos mientras me decía atropelladamente:

-Ay, perdóname, perdóname...-Saca mi móvil y lo pone sobre la mesa.-Es que lo estoy pasando muy mal, ¿Sabes?-Mis auriculares, seguidos de mi mp4-Estoy metido en el mundo de la droga, y mi mujer me ha echado de casa, ¿Sabes? Y estoy muy mal...pero ya me voy, ya me voy...

Me salió algo así como "vale, pero deja mis cosas" mientras le veía irse prácticamente corriendo, y no añadí "y no me cuentes tu vida, porque si encima del intento de robo te tengo que hacer terapia, mal vamos" porque estaba demasiado en shock.

De hecho al principio ni reaccioné; me senté otra vez toda alucinada durante unos diez segundos, y luego decidí que quizás aquella no era la actitud a seguir cuando te pasaba algo así; comprobé que no faltara nada y fui al mostrador a dar la voz de alarma. Sí, de acuerdo, fui lenta, pero igual me hubiera dado porque allí no había ni dios. Esperé. Esperé. Esperé como mil años, y por fin llegó Rubia Hijadeputa. La llamó así mentalmente porque es una borde y una idiota, una vez se me escapó una risilla y me miró mal, pero ella no tiene ningún reparo en hablar por teléfono a gritos en medio de la biblioteca. O reunirse con alguien y hablar a voz en grito en su despacho con la puerta abierta. O hacer cualquier cosa que tenga que hacer a gritos y lo más ruidosamente posible para desesperación general.

El caso es que voy, le cuento mi experiencia a Rubia Hijadeputa en plan "a ver si tenéis cuidado con la gente que entra aquí y tal" me pide que le describa al pavo y me doy cuenta de que no recuerdo muy bien su cara. Si volviese a verle le reconocería seguro, pero es un defecto que tengo y que me inquieta mucho: tengo la sensación de me pierdo como el 70% de las cosas, cosas de las que los demás se dan cuenta. Siempre voy como muy empanada y pensando en mis cosas, y no me fijo. Ejemplo: el verano pasado el Rubio y yo fuimos a un Museo de las Armas en Vitoria -porque somos así de frikis- y al entrar a una sala yo me fui recorriendo las vitrinas: pared de la derecha, armadura de la esquina -jijiji, tiene protección especial en la entrepierna-, pared del fondo, y de repente, al girarme para mirar la pared de la izquierda, resulta que me doy cuenta de que en el medio de la sala hay un caballo disecado con un jinete montado encima, con su armadura y su espada todo, Y YO AL ENTRAR NO LO HABÍA VISTO. Alucinante. Soy como Rainman, me voy al detalle y el cuadro general se me escapa. Pero me quieren igual, tranquilos.


Aquí me podéis ver caminando por la calle

Pues Rubia Hijadeputa, haciendo gala de su hijoputez, se puso borde conmigo porque no supe hacerle un retrato robot al óleo del ladrón en cuestión, y me dijo de muy malas maneras que por qué no había avisado antes; como si el hecho de que un yonki medio separado necesitado de comprensión intentara robarme fuese culpa mía. La miré de hito en hito (cosa que dada la empanada que ya he descrito anteriormente, no me fue fácil) y le dije que porque no había nadie. No añadí que quién cojones se creía ella para hablarme así, que la que no estaba en su puesto de trabajo era ella, que yo era una víctima y lo que tenía que hacer era darme un cacao caliente y echarme una manta por encima, no increparme, y que hiciera el favor de hablar más bajo cuando usase su móvil en la biblioteca, cosa que por otro lado está prohibida. Zorra.

Y eso no es todo. Porque días después, en clase de informática con una tía que es algo de la facultad y es una lameruza de cuidado....Es algo tipo...  ¿Vicedecana? No sé, es algún tipo de cargo que se supone que tiene que servir para ayudar a los estudiantes cuando surgen problemas del tipo conflictos de fechas entre asignaturas y así, pero que ella no lo hace porque, aunque de entrada finge que es majísima de la muerte, luego te mete unas puñaladas traperas del horror y pasa de hacer su trabajo, en plan búscate tú las alubias que yo voy a cobrar igual. También la odio, lo habréis deducido. Y más que la odié cuando, al sentarnos y tal, empezó la clase preguntando por mí delante de todo el mundo, porque alguien le había contado mi encuentro con el yonki - que se había extendido como la pólvora- y quería que me levantara y contara mi experiencia delante de toda la clase, en plan grupo de apoyo. Salí del paso como pude y lo conté desde el sitio, porque bastante vergonzosa soy yo ya como para encima salir a hacer un monólogo delante de todo dios.

Aún así, años después, todavía hay gente que me lo recuerda o que me pide que se lo cuente.

Ah, la fama.




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